viernes, 31 de julio de 2009

Una flor amarilla y la mayoría de sus cuentos fantásticos “remiten a situaciones incomprensibles o absurdas que culminan en forma inesperada, sin descubrirnos la clave de su explicación. El lector queda en numerosas oportunidades libre para completar la narración a su gusto y paladar; casi siempre falta una pieza indispensable en esos deslumbrantes rompecabezas, tal vez porque en la vida no todo se entiende hasta el fin…” (Lauro Marauda, “Cortázar. Un universo y sus mundos”)

Ya en su primera novela, “Los premios”, rechaza Cortázar al lector cómodo, pasivo, que le gusta que le conduzcan y le sirvan la obra ya digerida, un lector interesado únicamente en “qué va a pasar al final”.
El autor cataloga a este tipo de lector “hembra”, fórmula que se volvió muy popular. Por obvia contraposición, el “lector macho” es aquel lector cómplice, que pacta con la ficción, que realiza “un arduo trabajo cooperativo” de interpretación, como planteaba U. Eco.
Cortázar “se ha disculpado” por esta clasificación de corte sexista “…me di cuenta de que había hecho una tontería. Yo debí poner ‘lector pasivo’ y no ‘lector hembra’, porque la hembra no tiene por qué ser pasiva continuamente; lo es en ciertas circunstancias, pero no en otras, lo mismo que un macho”.

Para cerrar, cabe destacar que no sólo la obra de este autor, sino toda la renovación de la narrativa contemporánea ha ido unida a la búsqueda de ese lector activo, colaborador en la recreación que supone toda auténtica lectura. Esta noción fue divulgada también por el crítico José María Castellet, en un clásico libro titulado “La hora del lector” y en él destaca la importancia del lector en el proceso de comunicación literaria.